Anales del Jardín Botánico de Madrid 81 (1)
ISSN-L: 0211-1322, eISSN: 1988-3196
https://doi.org/10.3989/ajbm.631

Ginés López en nuestras memorias de los inicios de Flora ibérica

Ginés López in our memories of the beginnings of Flora Iberica

 

Con estas líneas quiero sumarme al recuerdo de la figura esencial de Ginés en la botánica española que trazan Ramón y Juan. Me sumo con alguna reflexión adicional sobre lo que representó tenerle cerca en el Real Jardín Botánico (RJB), en aquella época germinal, de principios de los años ochenta; una época clave para el destino de Flora iberica y de la botánica española en el último tercio del siglo XX. La taxonomía de plantas despertaba de su letargo de décadas. Ginés fue un guía, seguramente involuntario, para una generación numerosa de botánicos que iban formándose y encontrando trabajo en los departamentos universitarios públicos de nueva creación. Su reputación como taxónomo desde sus comienzos en la Facultad de Farmacia (Universidad Complutense) le precedía cuando llegó al Real Jardín Botánico. De entre las hornadas de botánicos jóvenes, los que se interesaban por la taxonomía tenían como referentes principales a la escuela de taxonomía sevillana y a Ginés. Él ejercía ese papel probablemente sin ser del todo consciente, sencillamente con sus trabajos, publicados mayoritariamente en los Anales –donde la mayoría de los botánicos de nuestro país publicaban lo mejor de sus investigaciones en esos años. Sus trabajos eran leídos con admiración y respeto. Crearon escuela, y se asumía que no tenía objeto dudar de —y menos cuestionar— una opinión taxonómica (incluidas las nomenclaturales) publicada por Ginés. Su reputación se extendía a colegas de disciplinas próximas, como citogenetistas o fitoquímicos, con los que colaboró.

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 Ginés en el castañar de Rozas de Puerto Real [foto: Julita N. Campoamor].

Pero para los que trabajábamos a poca distancia de su despacho, el aprendizaje era más que leer sus trabajos. Experimentar su entusiasmo cuando salía de su despacho a grandes zancadas para contarnos algo que acababa de encontrar, algún carácter, algún patrón que permitía entender la taxonomía de un grupo o la circunscripción de una especie, era contagioso e inspirador. Ginés fue maestro, no oficial, de todos los becarios e investigadores jóvenes que pasaron por el RJB, y también de personas de fuera de la academia, jóvenes o no, que venían a hacerle preguntas concretas sobre esta o aquella especie. Esto es importante para entender su figura profesional y humana, ya que él se sentía a gusto con los estudiantes y la gente de fuera del sistema; no tanto con las personas que tenían alguna responsabilidad de gestión de algún tipo. Intuyo que no creía compatible ética y honestidad, que él cultivaba, con tener un cargo de responsabilidad. Y en otros momentos donde le tocó asumir alguna, aunque fuera temporalmente, como un tribunal, no lo pasó muy bien. Tal incomodidad con el establishment tuvo que influir en el hecho de que renunciara a ser investigador principal de Flora iberica, en 1989, cuando no había concluido aún el proyecto en cuestión. Y también marcó el final del período de la década de los años ochenta en la que, en el equipo del proyecto, solo primaba la ilusión por sacarlo adelante, sin otros condicionantes. Ginés continuó trabajando con sus excelentes cualidades en otros proyectos después de este apartamiento. Pero su vinculación a Flora iberica se redujo y ésta se amplió a otros colegas de universidades, fundamentalmente Sevilla, Salamanca, Barcelona, Extremadura; lo que, a la postre, permitió concluir este gran proyecto.

Como recuerdan Ramón y Juan, nadie puede dudar del papel decisivo que jugó Ginés en aquella época inicial, tan ilusionante, de comienzos de la década de 1980, ni de sus contribuciones fundamentales al proyecto en forma de ediciones y de síntesis genéricas. En realidad, su forma de contribuir a Flora iberica fue también un modelo de rigor y minuciosidad —palabra esta última repetida a menudo en las reseñas bibliográficas de los volúmenes de la obra— que probablemente fue demasiado lejos. La publicación final del primer volumen se demoró de forma excesiva, en medio de un proceso de revisión interminable de los textos en busca de erratas por minúsculas que fueran. Pero creo que Flora Iberica también aportó algo importante a Ginés. En nuestro país, desde la guerra civil, las contribuciones taxonómicas eran siempre puntuales, limitadas a una especie o un grupo reducido de ellas, aunque hubo algunas excepciones, como las revisiones de la agrostóloga Elena Paunero, o la monografía de Arenaria sect. Plinthine de P. Font Quer. Flora Iberica obligó a Ginés a enfrentarse al formato y requerimientos de las monografías taxonómicas, y a comprender la diversidad de grupos grandes como Arenaria, Helianthemum, Ranunculus o Rumex.

Es raro, pero también especial, rememorar una época pasada cuando desaparece alguien que fue importante, científica y humanamente, y del que posteriormente te distanciaste. El pesar se duplica, por la persona, por la época, como si se zarandearan tus comienzos.

Aunque la memoria individual y colectiva es flaca, creo que es de justicia recordarle como uno de los referentes principales del renacimiento de la taxonomía de plantas en España, que había estado hibernada durante la postguerra. Descansa en paz, Ginés.